MAPAS COMPARTIDOS

Rutina, ómnibus, poema, por Carolina Esses


alestina (ex Rawson), Pringles, Yatay, Estado de Israel. Repito, en silencio, para mí: Palestina, Pringles. Vuelvo a empezar: F. Acuña de Figueroa, Gascón, Palestina. El colectivo avanza y una puede leer, cómoda, los carteles de las calles perpendiculares a Guardia Vieja, esas que el noventa y dos atraviesa, también, sin apuro. Todos los días, así: la secuencia de calles, de nombres, los sonidos, las aliteraciones –podría escribir con esto un poema, pienso y, al cruzar Pringles me vienen a la cabeza los primeros versos de Children’s corner de Arturo Carrera, el ritmo, la cadencia. Hay quienes memorizan parlamentos enteros de Lorca, de Shakespeare. Yo quiero aprenderme esta sucesión de calles. Entonces digo, con cierta fascinación por lo que no se termina de automatizar pero hay que repetir, sin modificación, exacto día a día -el recorrido a través de los nombres-, apenas apoyada en la pared del colectivo -después de todo estaré toda la tarde sentada frente a un monitor- digo: Palestina, Pringles, Yatay.
    Pero la ficción, la certeza del nombre, se desvanece enseguida. Basta con cruzar caminando la avenida para comprobar que, más allá de Estado de Israel, todo cambia. Si cualquiera de los que navegaban a la velocidad crucero del colectivo, detrás del sulky, de la tranquilidad de la siesta, me preguntaran en la esquina de, digamos, Lavalleja y Jufre ¿dónde queda la calle Pringles? sería, para mí, casi imposible dar la más mínima indicación. Me animaría, quizás, a invitar al caminante –muchos turistas en busca de casas de tango, de PHs para alquilar - a desandar sus pasos, a cruzar nuevamente la avenida y retroceder en la cadencia: Estado de Israel, Yatay, Pringles, Pa…. Ahí sí. Está claro que no se trata de Parque Chas –aquel barrio donde dice el saber popular que los novios se pierden y las chicas quedamos para siempre a la espera del amor o enfrascadas en placeres más solitarios-, pero cualquiera que mire un mapa de Villa Crespo y aledaños podrá ver a qué me refiero: las calles aparecen intrincadas, como si el bulbo verde, la forma levemente alargada -arriba a un costado- del Parque Centenario las obligara a movimientos más propios de la naturaleza que a los del urbanismo organizado; como si el parque, allá, cruzando Corrientes fuese una planta carnívora, hambrienta y las calles se desplazaran sin orden, motivadas por el miedo a la voracidad del bulbo, como se puede, así, a lo loco.
    Claro que el mapa lo consultamos mucho después. Lo miramos –lo miro- en casa, en la pantalla de la computadora, por simple curiosidad, nunca para ahorrar tiempo o intentar recorridos más cortos. Entonces, después de trabajar camino de vuelta a casa y atravieso una a una las calles. ¿Palestina?, ¿Gascón? Imposible saberlo. Nunca vuelvo a cruzar Estado de Israel, eso es cierto; si lo hiciera quizás experimentaría como dicen en carne propia el momento en el que las calles se bifurcan, se vuelven a unir, comprendería el recorrido que las motiva. Camino, después de trabajar, siempre hasta Córdoba –siempre- y luego, al doblar a la derecha por Cabrera o por Gorriti, comienza el zigzag. La grilla primera de nombres, esa que se sucedía con la parsimonia de un rezo queda olvidada en este otro trayecto, mucho más errático. Pero qué importa. Para el distraído, para el desmemoriado la experiencia del flaneur es la experiencia de todos los días –el tiempo que se pierde en buscar las llaves, las direcciones, los teléfonos anotados siempre en pequeños papelitos, las disculpas por tener que ir y volver porque una se ha olvidado la billetera, el paraguas, en fin, ya se sabe. Lo fascinante, es lo otro, lo que se sucede sin variación, siempre igual. Ese encadenamiento de nombres que comienza en la esquina de Guardia Vieja y F. (digamos Francisco) Acuña de Figueroa, en el mismo lugar donde solía funcionar la galería Belleza y Felicidad y hoy funciona una vidriería, cuyo nombre, claro, nunca llego a internalizar y que continúa por Gascón, Palestina y su misterio entre paréntesis, ése que indica en el cartel que se trata de la ex Rawson, luego Pringles y allí un poco de campo -la evocación del pueblo natal de César Aira, de Arturo Carrera- y luego Yatay; hasta caer en la vertiente de la avenida. Y ahí, ya me bajo. Con un libro cerrado entre las manos, porque lo cerré mucho antes, cuando mi reloj interno me aviso, está por comenzar, y a la trama de la novela se le superpuso, musical, el nombre de las calles; me bajo, decía, guardo el libro en el bolso y al cruzar la avenida, ya he olvidado, hasta el día siguiente, cómo era el orden de las calles, ¿Palestina, Yatay? de este lado, ya sabemos, poco importa, pero tranquiliza saber que mañana, los carteles estarán ahí, y con ellos también, la posibilidad del poema.





Carolina Esses (Buenos Aires)

Autora de Duelo, Ediciones En Danza, 2005, junto a Mercedes Araujo y Cecilia Romana, de Temporada de invierno, Bajo la luna, 2009 y de cuentos infantiles actualmente en prensa por Ediciones Urano.
Sobre Carolina Esses en este número de EdM ver la nota de Yaki Setton
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