ESCRITORES EN SITUACIÓN

Sobre la flagelación, por Alcides Rodríguez

 

En1698 el médico alemán Christian Franz Paullini publicaba en Frankfurt del Meno su tratado Flagellum salutis (Látigo de la curación), un pormenorizado estudio acerca de la eficacia de la flagelación para curar enfermedades. Miembro de importantes sociedades eruditas de la época, Paullini había estudiado en Leyden y enseñado en Pisa. En 1696 publicó su Heilsame Dreck-Apotheke (Farmacia curativa de la inmundicia), un estudio acerca de las facultades medicinales del excremento. A partir de 1675 ocupó el cargo de médico e historiógrafo del obispo de Münster, y entre 1681 y 1688 estuvo al servicio de los duques de Braunschweig-Wolfenbüttel, poseedores de una de las más importantes bibliotecas de la época. Grande y misteriosa era la obra de Dios, sostenía Paullini, que hacía que los azotes tuviesen propiedades curativas.

Como lo indica su título, el Flagellum salutis proponía la flagelación como tratamiento para un amplio abanico de dolencias, como la melancolía, la rabia, la locura, la epilepsia, el hipo persistente, los flujos menstruales intensos o los padecimientos abdominales. Puñetazos, fustazos, bastonazos y latigazos aplicados en determinadas zonas del cuerpo eran estrategias de gran eficacia para el logro de una curación completa. La exposición de esta terapia tan peculiar iba acompañada de abundantes ejemplos, provenientes de fuentes bíblicas, humanísticas, literarias y, obviamente, médicas. Un capítulo en particular, intitulado “Del coito difícil”, estaba destinado a los problemas que giraban en torno a la consumación del acto sexual. El tratamiento que ofrecía Paullini se apoyaba en los trabajos del célebre médico y humanista Johann Heinrich Meibom, un especialista en el tema. De acuerdo a Meibom las nalgas, la espalda y buena parte de los órganos del bajo vientre constituían una unidad funcional estrechamente vinculada al acto sexual. Los riñones eran el punto de partida de la circulación de la sangre y un componente fundamental del sistema general del calentamiento del cuerpo. Una buena tunda localizada en esa zona tenía el efecto de producir un generoso torrente de sangre recalentada, que al fluir hacia los genitales hacía que el paciente lograse la firme erección de su pene. Los azotes también eran beneficiosos para el despertar el deseo sexual de la mujer, dado que la sangre inflamada por los golpes fluía rápidamente hacia el útero, alimentando el placer y facilitando la concepción. Tanto Meibom como Paullini consideraban que los efectos de la flagelación ayudaban a mantener el equilibrio humoral del cuerpo, produciendo un nivel adecuado de excitación en aquellas personas de temperamento frío o edades avanzadas. Era la solución ideal para pacientes con frustrantes dificultades en el delicado campo de las prácticas sexuales.

Esta concepción mantuvo su vigencia a lo largo del siglo XVIII. El médico y militar francés François Amédée Doppet publicó en 1788 Aphrodisiaque externe ou Traité du fouet et de ses effets sur le physique de l'amour, un tratado médico-filosófico en el que se ocupaba de las relaciones entre la flagelación y el acto sexual. Tomando como punto de partida los estudios de Meibom, Doppet se propuso dos objetivos: mostrar la eficacia de la flagelación en el despertar de la voluptuosidad y criticar el uso inadecuado de los castigos corporales. Justamente por excitar los apetitos sexuales la flagelación debía evitarse en ámbitos religiosos y educativos. Nada peor para mantener la castidad que un fraile o una monja recurrieran a la flagelación. Recurriendo al látigo se corría el riesgo de que tanto el éxtasis místico como el sexual se confundieran sin remedio, como cualquier observador atento podía imaginar contemplando El éxtasis de Santa Teresa, la célebre escultura de mármol esculpida por Gian Lorenzo Bernini. La flagelación tampoco era de ayuda en la educación de los niños. Si bien Doppet admitía la necesidad de recurrir de tanto en tanto a alguna paliza ejemplar, ella nunca debía materializarse en las nalgas o en la zona del bajo vientre. Y menos recurriendo a varas o fustas. Admirador de Rousseau, Doppet invitaba al lector a recorrer la obra educativa del ginebrino para pensar las alternativas al castigo físico. Había que mantener alejados a los niños de cualquier estímulo sexual prematuro, capaz de perturbar su desarrollo normal. El mismo Jean Jacques era un buen ejemplo de ello; bastaba leer sus Confesiones para constatar cómo de niño su voluptuosidad se encendía gracias a las palizas que le propinaba la señorita Lambercier, en su afán de castigarlo debido a su poca dedicación al estudio.

En 1870 Leopold von Sacher-Masoch publicó La Venus de las pieles. En la novela el narrador toma la decisión de convertirse en esclavo de una mujer, describiendo con evidente excitación las escenas en las que su ama se le acerca blandiendo un látigo. Aparecida en plena era victoriana, La Venus de las pieles no desató ningún escándalo. Más aún, la prestigiosa Revue de Deux Mondes publicó en 1872 un artículo sobre la postura filosófica de Sacher-Masoch, presentándolo de esta manera al público parisino e impulsando la difusión de su obra. A su manera el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing también aportó su granito de arena en este sentido. En su célebre Psychopatia Sexualis (1886), Krafft-Ebing dejó de considerar a la flagelación como un método terapéutico para estimular un apetito sexual ausente. Ahora era claro síntoma de una forma de perversión que bautizó con el apellido del novelista austríaco. La literatura lo volvió a inspirar con el nombre del marqués de Sade para designar al par antagónico y al mismo tiempo complementario del masoquismo. De ser una terapia estimulante para despertar la excitación sexual y la fecundidad, recomendada por destacados especialistas de los siglos XVII y XVIII, la flagelación pasó a ser en los albores del siglo XX un elemento de indudable importancia a la hora de catalogar determinadas perversiones. Si bien por razones totalmente diferentes, ambas perspectivas médicas estaban sin embargo de acuerdo en un punto: el látigo, las fustas y las varas seguían siendo fundamentales para elevar la temperatura erótica de sus usuarios.

 

Alcides Rodríguez,

Buenos Aires, EdM, julio 2012

 

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