PIES DE IMAGEN

El lugar que no existe más, por Bruno Petroni


Mis amigos, mis amigas y yo estamos en una pileta pública. Tenemos quince años, dieciséis a lo sumo. Nuestra amiga más deseada trajo a su nuevo novio. Un flaco de veinte años. No sé cómo se llama, pero no me animo a preguntar. Es un flaco de pocas palabras, pero no es tímido ni callado. Es preciso, delicado y viril a la vez. Mis amigos y yo asumimos el rencor en silencio.
      El momento de entrar a la pileta, el momento de dormir bajo el sol, el momento de los sánguches o de tomar una cerveza va a ser decidido por él. Nadie se va animar a contradecirlo, ninguna de las chicas nos escucharía en tal caso e, incluso, él no necesitaría poner en palabras aquello que decidiera.
     Así son las cosas. Desde que llegamos a la mañana hasta que comienza el atardecer y se va apagando el bullicio, y el chapotea, y él se levanta de su toalla. Camina despacio hacia el borde más lejano de la pileta. No es una invitación colectiva. Nadie lo sigue. Ni siquiera su novia. Entendemos que ese andar excesivamente lento nos excluye de su mundo.
     Cuando llega al borde de la pileta, se detiene. Es claro que no se va a meter, y no se mete. Con su mano derecha se comienza a acariciar el pelo que cubre su nuca. Inclina levemente la cabeza hacia la derecha, y sin hacer nada más se queda mirando hacia un punto perdido: ni el pasto, ni las personas, ni el cielo.

    -¿Qué está haciendo?-, me pregunta uno de mis amigos.
    No le respondo. Pienso que alguien cercano a él debe haber sufrido una tragedia, o quizás él tiene una enfermedad terminal, pienso que es justo que sea él quien desvirgó a nuestra amiga y no pienso mucho más. Me quedo mirándolo durante dos, cinco o diez minutos, hasta que decide volver, y comienza a guardar sus cosas.

Días, meses e incluso años después, recuerdo esa mirada a la perfección. A mis veinte años, incluso, la tengo ensayada y, a veces, alguien me pregunta:
     -¿Qué estás mirando, tan perdido?
      No respondo. Yo quisiera mirar y que me admiren en silencio, incluso con respeto temeroso. Mejor no saber dónde tiene la mente este tipo, mirá esos ojos.

En algún momento me convierto en alguien más grande y entiendo que aquel flaco de la pileta estaba actuando. Como yo lo hice después, pero con el agravante de haber montado su acto frente a quinceañeros. Decido que esa diferencia de edad fue la que lo convirtió en una esfinge durante esos minutos. Un mago en un cumpleaños de chicos.

Una noche ya tengo veinticinco años. Entre pocos y cercanos amigos, en una casa, tomamos y fumamos, y miramos videos. Alguno pone el unplugged de Nirvana y pide atención porque hay un momento que es una locura. Ahí está Cobain con su guitarra. Mi amigo dice:
    -Miralo. Él es una locura en sí. Tiene la voz rota y así canta mejor. Es el último recital antes de morir. Le pusieron más guitarras porque ya se olvidaba los acordes y lo tenían que ir cubriendo.
     Y Cobain: “My girl, my girl, don’t lie to me/Tell me where did you sleep last night/In the pines, in the pines/Where the sun don’t ever shine/I would shiver the whole night through”. Hasta que llega el momento: Cobain canta con la mirada hacia abajo durante varios segundos y cuando levanta la cabeza y mira hacia el frente, esos ojos ya no son los suyos: las pupilas están demasiado dilatadas, los ojos más celestes que antes, y no está mirando nada porque no hay nada en ese lugar que merezca ser mirado con esos ojos.
     Son dos segundos. Entre nosotros, los chicos, que seguimos tomando y fumando con cierta desesperación, surgen dos teorías. La más sencilla (la menos interesante): el tipo está totalmente drogado y no mira nada, tiene la mirada perdida porque está drogado. La otra: el tipo está viendo a la muerte, son dos segundos en los que el tipo ve que lo vienen a buscar.
    No comparto ninguna de las dos, pero la segunda me acerca a una posible conclusión: la mirada puede no solo desplegarse en el espacio, sino que también puede desplegarse en el tiempo.

Ahora recuerdo el testimonio de la madre de un chico x que fue el único de los cinco amigos que murió en un accidente x en la ruta x. Mostraba una foto en cámara (una foto que no recuerdo) y decía:
      -Esta foto es de él antes de que se suba al auto. La foto se la están sacando desde la derecha, pero él está mirando a la izquierda. Mirando como más lejos. Yo no le encuentro otra explicación. Él sabía que se estaba yendo.

El lugar que no existe más.

La teoría cuántica arriesga que el tiempo no fluye, sino que esa es nuestra ilusión. El tiempo está congelado y de acuerdo al lugar desde dónde se lo vea, se verán determinadas parcelas de ese tiempo.

El lugar que no existe más.
O el lugar que ha de existir en algún momento.
El lugar ausente hacia el que miran siempre los ojos del Rey David.

“Mi muerte
espera
como una verdad bíblica
en el funeral de mi juventud”

Bruno Petroni
Buenos Aires, EdM, Septiembre, 2015
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