PIES DE IMAGEN

El centro de la tierra, por Miguel Vitagliano


La primera imagen del centro de la tierra fue tomada por un obrero, Florencio Ávalos, uno de los 33 mineros atrapados a 700 metros de profundidad durante 69 días, en Chile. Nunca ningún hombre había estado en semejante profundidad. Ni siquiera resultan excesivos lo registros que la historia de la humanidad conserva de las fantasías sobre el mundo subterráneo; son escasos en comparación al derroche de los viajes al espacio. (Es curioso: parece suficiente –y en sentido estricto no lo es- decir solamente “el espacio”, aunque resulta un pleonasmo corregirlo por “el espacio exterior”.) El mito de Orfeo, unos versos de Virgilio en La Eneida, o una novela de Dumas publicada en 1853, once años antes de Viaje al centro de la tierra de Verne. Sin duda el más fecundo de todos los ejemplos pertenece a principios del XIV, y es La Divina Comedia: allí está el terror a ser enterrado en vida y que Dante dramatizó con las imágenes del Inferno; y la certeza de que la tierra era redonda y que, bien abajo, en su centro, estaba Lucifer.

A partir de La Divina Comedia la devastadora fuerza de lo indecible apenas si dejó lugar a los tartamudeos de la fantasía; en ocasiones, transfigurada en el cielo.
“Esta es una operación de alcances sin precedentes. Nunca tantos estuvieron atrapados por tanto tiempo y tan profundo”, dijo el jefe de la división médica de la NASA, John D. Polk, en la primera rueda de prensa, a principios de setiembre, en el Centro Espacial Johnson en Houston, Texas. Los contactos entre la NASA y el gobierno de Chile se establecieron no bien se supo que los mineros estaban con vida. Un equipo de la agencia viajó a Copiapó para ofrecer su experiencia en el tratamiento de grupos confinados durante estadías prolongadas. Ya se había dicho que el rescate de las víctimas podría demandar alrededor de cuatro meses y la NASA contaba con las estrategias para sobrellevar el asilamiento, las utilizadas por los astronautas en la estación espacial internacional. Sin embargo, como informó la BBC (7-IX-10), los periodistas presentes pensaron en otro caso modelo, el de la nave Apolo 13 que, en su viaje a la luna en abril de 1970, sufrió un desperfecto grave y fue imperioso improvisar una operación rescate para regresar a la tierra a los tres astronautas cautivos.
Junto al ojo abierto sobre la superficie de la tierra en la que 700 metros hacia abajo estaban los 33 mineros, se congregaron rápidamente familiares, allegados, y la prensa nacional e internacional. Un total de mil quinientas personas. Lo que sucedía en Copiapó era seguido por las pantallas en el mundo, como si fuera el primer viaje a la luna. En ambos casos, además, las imágenes se empecinaban en borrar lo que se dejaba atrás: la ventaja que llevaban los soviéticos en la carrera espacial; las paupérrimas condiciones de trabajos a la que eran sometidos los mineros. El escritor chileno Rivera Letelier, quien fue minero buena parte de su vida, comentó terminante sobre los sofisticados preparativos del rescate: “Aunque han cambiado muchas cosas y la tecnología ha avanzado, la explotación de los mineros, de los mineros chicos, de la pequeña minería sigue siendo como en la Edad de Piedra. Trabajar debajo de la tierra es un infierno.”
El contrapunto tecnológico entre 1969 y 2010 resulta sorprendente. Michio Kaku, profesor de Física de la Universidad de Nueva York, suele decir que un teléfono móvil del presente concentra mayor poder computacional que toda la NASA que hizo posible el alunizaje. Vaticina que en 2020 los chips serán tan baratos que estarán en todas partes, incluso donde ni siquiera sepamos, acaso olvidados también, en el papel que escribimos, el agua, la ropa, las paredes, en el interior de nuestro propio cuerpo.
La aceleración que vivimos tiende a que nos detengamos más en la trayectoria del cambio que en la ilusión de la situación de cada presente. Porque bien podríamos preguntarnos: Si en 1969 se creía que era tanto lo que era tan poco, ¿no estaremos confiando de modo desmedido en la actualidad y sus visiones? La verdad se nos promete revelada, cuando sabemos que la verdad apenas si puede ser dicha en sus retazos.
Apolo se llamaba la nave de la NASA, acaso pensando en la perfección del dios griego, en su valor armónico, o en su poder para congregar el rebaño detrás de su figura. En el rescate de los mineros en Copiapó contribuyó el trabajo de la NASA. Pero no hubo nave, sino apenas una cápsula de metal y alambre grueso en la que fueron rescatados, uno por uno, los 33 mineros.
El primero en salir fue Florencio Ávalos. Su viaje hacia la superficie demandó 13 minutos en la cápsula Fénix.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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1 comentario:

Pablo Tunica dijo...

En una de sus novelas Phillip K. Dick asegura que todavía vivimos en el imperio romano, acaban de crucificar a Cristo. Dice que no nos damos cuenta. ¿Confiamos en la actualidad y sus visiones?, ¿en un ilusoria velocidad?

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