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Desechos, por Jorge Consiglio



Los antropólogos dicen que la basura es el caldo en el que mejor se cocina la verdad en las sociedades humanas. Justifican su afirmación con un concepto básico: los residuos excluyen toda eventual cosmética. Es decir que para estudiar las civilizaciones antiguas, por ejemplo, el análisis de los desechos es tan o más importante que las crónicas de época. La franqueza de la basura se lleva por delante la perspectiva de los narradores. Aporta un par de grados de pureza al tamiz interpretativo que se aplica para entender los fenómenos sociales, económicos y culturales.
    Si la curiosidad vence al asco, en las calles de Buenos Aires se encuentran, embolsados o expuestos al aire, objetos que la gente descarta pero que, para el ojo avezado, todavía guardan belleza o utilidad. Caminar por la ciudad dueño de esta mirada implica haber adiestrado la atención para distinguir el brillo de una lateralidad que, en virtud de su propia condición, impone rechazo, un irreflexivo rechazo. El placer que depara este quehacer se relaciona, en alguna medida, con el que experimenta el voyeur. Tiene tanto de clandestino como de voluptuoso. Se trata de entrar en la vida de los otros por la puerta de servicio; por una fisura que es, al mismo tiempo, la más pública y la más íntima que se pueda imaginar. Todavía recuerdo la tarde lluviosa en la que descubrí una biblioteca de cinco estantes. La encontré en la esquina de Combate de los Pozos y México. Estaba boca abajo sobre un colchón y tenía rota una pata. La habían pintado de amarillo y le habían pegado calcomanías con personajes de Walt Disney. Un sinsentido brutal operaba sobre ella: la pintura enmudecía la serenidad de la madera. Estuve siete meses restaurándola. Fui meticuloso para lijarla; la encolé, les cambié el herraje a los dos cajones que la decoran. Ahora ocupa una esquina del living de mi casa. En sus estantes acomodé una colección de libros de aventura.
    En otra oportunidad, esta vez por Recoleta, encontré un teléfono negro de baquelita. Era un objeto con presencia: en su cable espiralado, en su auricular y en todos los átomos de su materia parecía asentarse otro tiempo, un tiempo con mayor calidad comunicativa. También me tomé unos cuantos meses para arreglarlo. Después se lo regalé a un amigo. Cuando hablamos a través de él, se escucha un eco que lejos de entorpecer aporta clima a los diálogos. Las cosas que se dicen, entonces, aunque se trate de trivialidades, suenan esmaltadas por una gravedad que las enaltece. Sin embargo, la persona que lo descartó, sin dudas, no tuvo en cuenta estos detalles. Se habrá comprado un inalámbrico que, todos lo sabemos, satura cada palabra, la ensombrece con un ruido de fritura que convierte el intercambio en tortura.
    Natalia, mi hija mayor, también cuenta con imaginación para husmear entre desechos. Hace poco encontró ocho fotos polaroid. Se trata de gente en una reunión. En una toma se ve una mesa con un mantel blanco. Encima hay platos de copetín con masas y sándwiches distribuidos para que los asistentes se sirvan a voluntad. Hay, además, un hombre parado, dando la espalda a la cámara, con una mano en un bolsillo del pantalón, y dos personas sentadas sonriendo. Una de ellas es un mujer de unos treinta y cinco años, vestida con una especie de solero. Tiene la cara aguda y el pelo peinado de peluquería. Sus rasgos funcionan como una advertencia: no se metan conmigo porque sé defenderme bien, dicen sus pómulos. Aparece en cinco de las ocho polaroid. Con Nati suponemos que se trata de su cumpleaños. Existe un detalle: la mujer, que en algunas fotos posa y en otras escucha el diálogo del resto de la gente, no mira a la cámara ni a los participantes de la reunión; parece abstraída, olvidada de sí misma, fugada. Estas fotos constituyen un hallazgo: alguien las descartó para que nosotros le diéramos un nuevo significado, para que pudiéramos armar sistema con ellas y quebrar de esta forma el contexto de inmediatez que las clasificaba como desecho.
    Pero es sabido: existe muchísima gente que, por necesidad o por elección, pone foco en la basura. Hace un par de meses me enteré que hay un movimiento anticonsumista, los friegan, cuyos integrantes buscan limitar su participación en la economía tradicional. Rescatan la comida que tiran en los supermercados o en los restoranes. Se alimentan con eso. Los friegan consumen basura no por necesidad sino por razones políticas. Hay en Internet un video de la BBC en el que un reportero acompaña a un grupo de freegan en su vuelta de recolección por las calles de Nueva York. Es el más crudo invierno. Una mujer, mientras recoge una caja de brócolis en perfecto estado, dice, mirando a la cámara, que la cantidad de basura que producimos por día (da un número preciso de toneladas) va a terminar ahogándonos en poco tiempo. Comenta que ella no quiere hacerle el juego a las corporaciones y que por eso decidió vivir con casi nada y buscar sus alimentos entre los desperdicios. Los friegan salen de a varios en sus excursiones. Hay familias completan que siguen este estilo de vida. Un hombre de unos cincuenta años cierra el documental de la BBC. Dice que él comprende las miradas de reprobación, pero que no le importan mucho. Admite pagar ese precio, si es el que la sociedad exige a cambio de ser consecuente. 

Jorge Consiglio
Buenos Aires, EdM, febrero 2012
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2 comentarios:

Hugo Correa Luna dijo...

Muy bueno, Jorge. Una vez me encontré el libro de registro de un hotel de la costa. Se puede ver en él quienes volvían año tras año, quienes iban dejando de ir. Familias donde uno de sus miembros ya no está.
También es interesante mirar desde un piso alto las terrazas de Buenos Aires, pero ahí fracasa el espíritu recolector y sólo se regodea el voyeur.

jorge consiglio dijo...

Hugo querido: muchas gracias.
Tenemos que juntarnos a tomar unos mates y me mostras el libro de registro del hotel. ¡Debe ser genial!
Hace poco hablé con un fotografo cuya ex mujer encontró unos negativos en la calle. Se los pasó a él. Son tomas históricas: las primeras de un prostíbulo que se conocen en la Argentina. Un flash!
Abrazo fuerte, Jorge.

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